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Diego Bernal Cortés, presidente del Consejo Directivo de ICOEF
Como consultor en gestión de empresas familiares y familias empresarias, he estado fascinado desde el inicio por la dinámica de estas compañías. Ingresé a este mundo aparentemente por error, como las grandes y bellas cosas que llegan a nuestras vidas, que han terminado en más de 16 años de convicción y compromiso con mi profesión. Empecé a asesorar y acompañar a una empresa en la implementación de planes de internacionalización, y la teoría me decía que debía definir objetivos claros, analizar el mercado, establecer las oportunidades de los productos que tenía la compañía y buscar la manera para hacer que esos productos llegaran a otros países, apoyándome en entidades que fomentaran esas iniciativas.
Todo parecía destinado a funcionar hasta que llegó un momento en el que en esta empresa una persona, con conocimiento del negocio y capacidad de toma de decisiones, debía viajar al país identificado como ideal para empezar todo el proceso, a una rueda de negocios. La decisión parecía sencilla, la Gerente en ese entonces, esposa de quién había creado la empresa, era la llamada a atender esa actividad y yo estaba de acuerdo en que ese paso nos llevaría a lograr el objetivo; sin embargo, luego de unos días, la decisión simplemente se estancó y no avanzaron con el proyecto.
No entendí lo que sucedía, era un objetivo de la empresa y por eso yo estaba apoyando esa iniciativa. Esto formaba parte de algo que ellos querían hacer y hacia donde querían enfocarse; sin embargo, de la nada, parece que ya no era importante.
Sentí curiosidad por entender qué era lo que los había llevado a tener esa reacción. Confieso que también me sentía frustrado pues estábamos a punto de perder una gran oportunidad y yo no tenía claro como habíamos llegado a ese punto. Indagando con la Gerente y con el fundador de la empresa, comencé a ver que había asuntos que, para mí, en ese entonces, no eran para nada relevantes. La Gerente no quería viajar sin su esposo ni quería dejar a sus hijos, algunos aún en la universidad y otros ya tenían su vida laboral; ella planteó que todos fueran. Uno de los hijos no estuvo de acuerdo con esa situación, dado que la empresa no tenía el dinero de sobra como para que todos fueran y porque tampoco era necesario que lo hicieran. Otro hijo quería que todos viajaran y le parecía una idea estupenda. El fundador no quería dejar la empresa, y así, varios aspectos emocionales y familiares llevaron a que no tomaran una decisión consensuada, incluso generando discusiones y enfrentamientos que llevó a los esposos a estar disgustados por algunos días y a que finalmente la decisión fuera olvidarnos del viaje.
Ese fue un fenómeno extraño para mí, porque suponía que en las empresas las decisiones se tomaban según lo que la empresa misma necesitara, y no era sencillo para mi entender cómo esa situación familiar estaba generando un estancamiento empresarial en esta decisión, así que decidí explorar y entender mejor lo que estaba pasando.
Desde ese momento, me adentré en el mundo de las empresas familiares, iniciando con la teoría de los tres círculos de John Davis y Renato Tagiuri en 1982, que aún sigue siendo una herramienta útil para entender a este tipo de empresas. Empecé en el 2002 mis estudios de Maestría en Empresas Familiares en España, dado que para esa época en Colombia no había oferta académica especializada en esta área del conocimiento empresarial. Allí, pude profundizar las diversas teorías, modelos, investigaciones, y experiencias de mis profesores y de los empresarios que nos contaban sus casos, todo alrededor de este maravilloso mundo. Cada vez que me involucraba más en el trabajo e investigación de las empresas familiares, encontraba más y más problemáticas interesantes para analizar, lo cual, desde mi espíritu reflexivo e investigativo, ha sido muy enriquecedor y satisfactorio. Así encontré mi vocación y es en lo que he enfocado mi vida en los últimos 16 años de carrera profesional.
A finales de 2018 comenzó a sonar la idea de unificar ese mundo de las empresas familiares en Colombia, un país en el que tenemos gremios, asociaciones e institutos para variados propósitos pero en donde, considero, nos faltaba algo primordial: aportar con unidad, alineación y trabajo mancomunado, dejando a un lado el interés individual y luchando por nuestra causa común, “la continuidad de las empresas de familia”.
El mundo de los consultores es competitivo, en donde cada uno busca sobresalir, mostrar su conocimiento y experiencia más que los demás, y fortalecer su reputación, ganando en el camino más clientes. Por esta razón, esta idea sonaba un poco descabellada al inicio; sin embargo, no era el único con este pensamiento. En Argentina, desde hace algunos años, había comenzado la iniciativa del Instituto Argentino de la Empresa Familiar, IAEF, con notables e interesantes resultados, Institución que, en ese momento, ya tenía a nuestra buena amiga Natalia Christiensen como proactiva vocera y directiva.
Hacia el año 2016, Natalia nos visitó en Colombia en el marco de un evento que se desarrollaba en el país, y allí propuso la idea a varios colegas, entre ellos a José Vargas y a Juan Guillermo Hoyos, de la conveniencia de la creación del Instituto Colombiano de Empresa Familiar.
Meses después, cuando en un almuerzo en el marco del Foro de Gobierno Corporativo organizado por la Cámara de Comercio de Bogotá en el cual Edgar Suárez y yo fuimos ponentes, retomamos el tema con él y decidimos empezar hablando con varios colegas y divulgando la idea en algunas ciudades de Colombia entre conocidos y reconocidos consultores. Así fuimos compartiendo esta visión, hasta que en julio de 2019, creamos el Instituto Colombiano de la Empresa Familiar – ICOEF.
Desde ese momento, hemos trabajado en equipo para generar, difundir y fortalecer el conocimiento sobre las empresas familiares en el país, analizando diferentes modelos de Institutos de este tipo en el mundo, apoyados en su momento con las experiencias del caso argentino con el liderazgo de Natalia Christensen, y del IEF de España con Juan Corona, director en ese entonces, y de otros referentes, para moldear la personalidad y enfoque de ICOEF.
A finales del año 2019, nuestra primera sesión de Planeación Estratégica fue dirigida por Gonzalo Gómez, uno de nuestros socios fundadores y hoy por hoy uno de los consultores de empresa familiar más reconocidos en el país. Con él definimos que este Instituto debería ser un espacio para la construcción del ecosistema de las empresas familiares en Colombia, teniendo como centro a las empresas de familia que son el corazón de ICOEF, rodeadas por los diferentes círculos o subsistemas compuestos por consultores y otros profesionales que con su experiencia y conocimiento le aportan a la perdurabilidad de las empresas familiares, luego con las cámaras de comercio, gremios y asociaciones como espacios de convergencia de estas compañías, pasando a universidades, instituciones educativas e investigadores que le aportan a profundizar en el conocimiento de las empresas familiares, y finalizando con el Estado como generador de políticas y lineamientos enfocados en visibilizar y fortalecer estas compañías.
En el presente año, 2020, cumplimos el primer año de habernos constituido como instituto, y mirando en el espejo retrovisor nos quedan muchas enseñanzas. Por ejemplo, que sí se puede trabajar en equipo con colegas y competidores y que las causas comunes nos unen y pueden sacar lo mejor de nosotros. Vemos que ha sido un camino de construcción, difusión y fortalecimiento sobre este fascinante mundo de las empresas familiares. Cuando miramos al frente, vemos un camino lleno de retos y de muchas satisfacciones porque sabemos que si seguimos construyendo y fortaleciendo el ICOEF, estamos haciendo mucho más, aportando y devolviéndole al país y a su motor de desarrollo económico representado en sus empresas familiares un poco de lo que ellas tanto aportan. De esta forma, sentimos que cumplimos con nuestro compromiso moral y profesional de colaborar en la perdurabilidad de las mismas y, por ende, con el desarrollo del país.
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